El clima en la oficina por lo general era cordial, y cerca del escritorio de Domingo Peperovich no solía volar ni una mosca. Más aún si el buen Pepe escurría sus movedizos dedos sobre el teclado de su humilde computadora personal. Nadie se atrevía a expulsarlo de ese trance extraño, aún sin saber si este escribía un correo electrónico, un informe laboral o simplemente si comentaba un post de Taringa. Tal respeto se lo había ganado a lo largo de mucho tiempo, a base de respuestas cargadas de sarcasmo y gestos faciales cordiales, pero que invitaban a retirarse y llamarse al silencio casi inmediatamente.
No todas las Unidades Fiscales de Investigación eran así, a Pepe le había tocado en una ocasión desempeñarse en otra en la cual parecía que la “vida privada ajena” resultaba uno de los temas predilectos de conversación. Y en la cual el no aventurarse en tales temas de charla lo convertían a uno en un paria social, merecedor de los más despectivos comentarios, y en objeto preferido de tales intervenciones.
Una mañana, creo recordar claramente que se trató de un 26 de Julio, a Domingo le tocó trasladarse a una comisaría en Brandsen. Pensó que sería una buena ocasión para manejar tranquilo por la Avenida Yrigoyen, dejando flotar a sus pensamientos, y tal vez escuchar algo de música, aunque también algo de radio. Es conocida por todos la afición de Pepe por Víctor Hugo Morales, aquel buen oriental que supo relatar, como nadie hubiera podido, el gol de Dieguito hace ya tantos años.
58 años, pensó, y siguió manejando distraído. La voz de Julio Sosa reclamaba sollozos en los parlantes de su humilde Fiat Duna, y el volvió a pensar; “58 años ya…”
Al pasar por la esquina que conforman la Avenida Yrigoyen y la Avenida Eva Duarte de Perón, entrada a la ciudad de Guernica, vio un cartel que recordaba el aniversario de la muerte de aquella mujer, nuestra Eva. Y volvió sobre sus pensamientos; “58 años”, unos kilómetros antes lo había visto, por eso su mente le disparó esa frase.
Su mente cruel, más cómoda sintiendo dolor y bronca que placeres, le recordó algunas inscripciones que aparecieron en los muros aquel 26 de julio de 1952, fruto de manos infames y voluntades vendidas; “Viva el cáncer”. ¿Qué será de la vida de los dueños de ese impune acto?, ¿Qué será de la vida de sus hijos?
Su mente le reservaba un exquisito epílogo:
No la perdimos, nunca se fue. Cuando nos dijo: “Sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria” le hicimos caso. Ese día, ese triste día en que una apagada voz nos anunció por radio que nuestra líder espiritual había muerto. Ese día supimos que el cáncer, inicua enfermedad, podía ser vencido. Desde ese día Eva fue inmortal, para siempre.
Y el Pocho, tocayo de nuestro Pepe, nos dejó otra frase que nos ayudaría a sobrevivir hasta hoy:
“No me lloren, crezcan.”
No todas las Unidades Fiscales de Investigación eran así, a Pepe le había tocado en una ocasión desempeñarse en otra en la cual parecía que la “vida privada ajena” resultaba uno de los temas predilectos de conversación. Y en la cual el no aventurarse en tales temas de charla lo convertían a uno en un paria social, merecedor de los más despectivos comentarios, y en objeto preferido de tales intervenciones.
Una mañana, creo recordar claramente que se trató de un 26 de Julio, a Domingo le tocó trasladarse a una comisaría en Brandsen. Pensó que sería una buena ocasión para manejar tranquilo por la Avenida Yrigoyen, dejando flotar a sus pensamientos, y tal vez escuchar algo de música, aunque también algo de radio. Es conocida por todos la afición de Pepe por Víctor Hugo Morales, aquel buen oriental que supo relatar, como nadie hubiera podido, el gol de Dieguito hace ya tantos años.
58 años, pensó, y siguió manejando distraído. La voz de Julio Sosa reclamaba sollozos en los parlantes de su humilde Fiat Duna, y el volvió a pensar; “58 años ya…”
Al pasar por la esquina que conforman la Avenida Yrigoyen y la Avenida Eva Duarte de Perón, entrada a la ciudad de Guernica, vio un cartel que recordaba el aniversario de la muerte de aquella mujer, nuestra Eva. Y volvió sobre sus pensamientos; “58 años”, unos kilómetros antes lo había visto, por eso su mente le disparó esa frase.
Su mente cruel, más cómoda sintiendo dolor y bronca que placeres, le recordó algunas inscripciones que aparecieron en los muros aquel 26 de julio de 1952, fruto de manos infames y voluntades vendidas; “Viva el cáncer”. ¿Qué será de la vida de los dueños de ese impune acto?, ¿Qué será de la vida de sus hijos?
Su mente le reservaba un exquisito epílogo:
No la perdimos, nunca se fue. Cuando nos dijo: “Sé que ustedes recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la victoria” le hicimos caso. Ese día, ese triste día en que una apagada voz nos anunció por radio que nuestra líder espiritual había muerto. Ese día supimos que el cáncer, inicua enfermedad, podía ser vencido. Desde ese día Eva fue inmortal, para siempre.
Y el Pocho, tocayo de nuestro Pepe, nos dejó otra frase que nos ayudaría a sobrevivir hasta hoy:
“No me lloren, crezcan.”
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