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Nuestro querido personaje: Domingo Peperovich

Domingo González Peperovich se recibió de abogado a los 25 años. Si se atrapa a sus allegados, e incluso a él mismo, en alguna ronda de tragos, nadie dudaría en reconocer que a Pepe no le gustaba su carrera, y mucho menos le gustaban sus compañeros de estudio. Pero no obstante se recibió. En sus pesadillas de tiempos de estudiante se veía a sí mismo detrás de un escritorio, con un traje gastado y barato ejerciendo derecho de familias o mucho peor; sucesiones. Quiso el destino reservarle una grata sorpresa.
Pepe resulta un personaje conocido en el sur del conurbano, sencillamente hay que consultar sobre él a cualquier abogado o policía que trabaje en la zona. El Fiscal Pepe es una de las personas más accesibles de la UFI regional (Unidad Fiscal de Investigación), pero ello no le quita complejidad a su personalidad; dado que siempre estará dispuesto a asistirnos y aconsejarnos, dependiendo de cómo resolvamos solicitárselo.
Estricto saco y corbata, por lo general oscuro. Sombrero fedora negro, y el mate amargo siempre a mano. Su casi metro ochenta pero delgada figura lo distinguía como alguien amable, de gestos parcos pero cálidos. Así podrían describirlo sus compañeros de trabajo, de simpatía torpe y humor ácido, a veces incomprensible.
Cierto día del mes de Julio Pepe notó que había alguien nuevo en la oficina, una muchacha alta, castaña, de rostro y gestos duros. Vestía unisex pero elegante. Aún estaba candente en el ambiente de la oficina el tema del mes; el matrimonio igualitario, Pepe no comprendía los dichos de algunos compañeros. Bah, si los comprendía. A lo que no le hallaba sentido era a que esos mismos compañeros que esgrimían tales opiniones de “derecho natural”, “orden de las cosas”, etc, se hayan dedicado al derecho.
El buen Pepe se acercó a la muchacha para presentarse, darle la bienvenida y saludarla. Cuando hubo estado cerca de ella notó que sus gestos eran mucho más masculinos de lo que había supuesto desde la entrada, y su rostro mucho más duro y varonil, no obstante era una hermosa mujer. Amablemente, pero conservando la distancia respetuosa del ámbito laboral, le estrechó su mano derecha. Al estirar su mano, la muchacha, dejó ver una sobria pulsera multicolor.
Pepe cambió su gesto entonces, y llevó la suave mano de la muchacha a su boca. Tomando su, aún desnudo, dedo anular. Y con un dulce beso sobre su mano alzó sus ojos y le susurró; felicitaciones.
La muchacha desarmó sus gestos duros y se desplomó en una cálida sonrisa. Esa mueca de alegría que se nos dibuja en la cara cuando nos sentimos reconocidos, e iguales.

por Rubén Greco Rótolo


















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