“¿Quién no echa una mirada al sol cuando atardece?
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?”
(John Donne –fragmento-)
El Astro Dios aún despuntaba sus primeros rayos de la mañana, Domingo se retorcía en una mezcla informe de sábanas y acolchados cuando recibió ese mensaje que no deseaba. Las palabras que lo conformaban rezaban que el buen Ciervo se estaba rindiendo, pero él no lo creyó así. Sabía que el Ciervo, ese que lo ayudó a crecer entre sierras y caminos polvorientos no se estaba dejando caer, sino que comenzaba a aceptar la Voluntad.
Recordó con alegría a ese hombre que, cuando Pepe tenía solo seis años, puso una pesada carpa en sus hombros, y en una madrugada lluviosa de Tandil le pidió fraternalmente que pruebe la responsabilidad de ser parte de un grupo. A Pepe le pesó la carpa, pero mucho más le pesó el hecho de tener sobre sus hombros la responsabilidad de ser merecedor de la confianza de ese hombre, el Ciervo.
Llovía, los relámpagos iluminaban intermitentemente el camino. A unos metros veía la figura de otro compañero, quien también llevaba sobre si parte del campamento que era menester mudar, dado que donde estaba emplazado se inundaba implacablemente.
Era un niño, y como él eran tantos otros niños.
Éramos esos que hoy, ya hombres, al recibir la noticia del estado de salud de nuestro Pastor, el Padre Giuseppe, no nos lamentamos. Sino que agradecemos su vida, que nos las haya dedicado con tanto amor. Ahora somos nosotros los que lo debemos cuidar, y pedirle al Gran Jefe que lo cuide, aceptando su voluntad.
Iba a contestar el mensaje con esperanza, pero en su cabeza rugió la voz de Claudio O’Connor, que repetía las sensaciones escritas por Ricardito Iorio:
“Es mi egoísmo el que se rebela a perderte…”
Y postrado sobre sus recuerdos se puso a rezar silenciosamente.
¿Quién quita sus ojos del cometa cuando estalla?
¿Quién no presta oídos a una campana cuando por algún hecho tañe?
¿Quién puede desoír esa campana cuya música lo traslada fuera de este mundo?”
(John Donne –fragmento-)
El Astro Dios aún despuntaba sus primeros rayos de la mañana, Domingo se retorcía en una mezcla informe de sábanas y acolchados cuando recibió ese mensaje que no deseaba. Las palabras que lo conformaban rezaban que el buen Ciervo se estaba rindiendo, pero él no lo creyó así. Sabía que el Ciervo, ese que lo ayudó a crecer entre sierras y caminos polvorientos no se estaba dejando caer, sino que comenzaba a aceptar la Voluntad.
Recordó con alegría a ese hombre que, cuando Pepe tenía solo seis años, puso una pesada carpa en sus hombros, y en una madrugada lluviosa de Tandil le pidió fraternalmente que pruebe la responsabilidad de ser parte de un grupo. A Pepe le pesó la carpa, pero mucho más le pesó el hecho de tener sobre sus hombros la responsabilidad de ser merecedor de la confianza de ese hombre, el Ciervo.
Llovía, los relámpagos iluminaban intermitentemente el camino. A unos metros veía la figura de otro compañero, quien también llevaba sobre si parte del campamento que era menester mudar, dado que donde estaba emplazado se inundaba implacablemente.
Era un niño, y como él eran tantos otros niños.
Éramos esos que hoy, ya hombres, al recibir la noticia del estado de salud de nuestro Pastor, el Padre Giuseppe, no nos lamentamos. Sino que agradecemos su vida, que nos las haya dedicado con tanto amor. Ahora somos nosotros los que lo debemos cuidar, y pedirle al Gran Jefe que lo cuide, aceptando su voluntad.
Iba a contestar el mensaje con esperanza, pero en su cabeza rugió la voz de Claudio O’Connor, que repetía las sensaciones escritas por Ricardito Iorio:
“Es mi egoísmo el que se rebela a perderte…”
Y postrado sobre sus recuerdos se puso a rezar silenciosamente.